lunes, 10 de agosto de 2009

Enunciación # 4

No me voy a quedar dando largas explicaciones sobre cómo fue o exactamente dónde. Esas cosas hacen que los lectores se vayan y no nos interesa que eso pase. Estaba lloviendo - acotación clave para que se haya dado la situación - llovía a cántaros, y como no habíamos planteado bien un punto de encuentro, decidí esperar en una librería que queda justo a la salida del metro, que, aunque estaba claramente marcada por una ideología, servía para no mojarme y quemar un poco el tiempo que me daba la lluvia. Estaba revisando una antología pesada de poesía brasileña cuando entró un hombre alto y flaco de unos treinta y tantos años. Quisiera decir que no le presté mucha atención al momento, pero el aburrimiento de la palabra tropical me hizo distraerme más rápido con el maletín de incoherentes proporciones que llevaba este tipo flaco. Apenas entró lo dejó en el suelo y siguió caminando sin él. Yo, bueno, seguí viendo libros con escudos y banderas mientras de reojo vigilaba el recorrido del tipo. Agarró un libro de Saramago y revisó la última página, abanicó el libro y lo volvió a dejar ahí, en el mismo lugar donde estaba, miró a los lados y creo que me vio viéndolo, yo volví la mirada y seguí agarrando un libro y soltando otro, como para disimular, pero la verdad es que ya estaba atento solamente a lo que pasaba con ese maletín abandonado en el medio de la librería. "Argentina, Límite del Sur", abanicazo, última página y de nuevo a su sitio. Este tipo está de joda, pensé yo, seguro se metió aquí porque las computadoras de Metronet están todas ocupadas y no tiene más nada que hacer, pero justo cuando ya empezaba a voltear menos seguido para ver las acciones del amigo flaco, abrió dos libros, uno con cada mano y ahí sí que sospeché más. Se desesperó un poco y creo que empezó a sudar, se llevo las manos a la cintura, subió la mirada al último estante y volteó para ver dónde estaba la encargada de la tienda. Hizo un gesto que rompió con todo el ritmo de la tienda dando un brinco para poder alcanzar un ejemplar de "Apuntes Autistas". Lo bajo después de dos brincos. Cuando lo tuvo en las manos lo abrió violentamente en la última página y cuando se disponía a abanicarlo, la encargada se le acercó y le preguntó algo, no pude escuchar bien qué decía, pero supuse por la cara del tipo flaco que era una interrogante incómoda. Accidentalmente me acerqué al señor para el momento en que empezaba a abanicar el libro de Fuguet. La lluvia ya había empezado a calmarse y la encargada se había sumergido en una computadora pequeña sobre su escritorio, yo juro haber visto el suspiro más grande que alguien puede dar. Abanicando el libro, cayó un sobre al suelo. Un sobre de carta con un nombre escrito a bolígrafo. El señor flaco, olvidado del maletín por completo, dudó unos segundos antes de agarrar la carta. Sonrió y se sentó a ver el sobre. Miré a los lados para ver si alguien más se había dado cuenta, pero ya sólo estábamos el señor y yo en el lugar. Abrió la carta con calma, como si encontrarla hubiese sido el fin y ahí terminaran las ansias, la leyó con tanta pasividad que llegué a pensar que el papel estaba en blanco. Al terminar, viendo a un punto fijo de la librería, tomó un bolígrafo y la revisó. Con una convicción imprevista, hizo unos tachones y escribió otras cosas. En ese momento volteó a revisar dónde había dejado el maletín, lo agarró, se dio vuelta y metió el sobre dentro. Suspiró una vez más antes de irse. Ya había escampado por completo.