jueves, 21 de febrero de 2008

Acordeónico.

Se parece mucho a cuando no había nada que decir. Se entrepone con vanalidades, con comentarios totalmente, según ella, fuera de lugar.

Es estar sin escudo en una guerra, es plantarse cara con algo que no puedes confrontar. Es más sincero retirarse y admitir cualquier tipo de debilidad, y es cierto, no hay nada que de más miedo que las cosas invensibles. El vértigo, por ejemplo, es algo insuperable, ni la terapia de la tercera revelación te muestran salida alguna para un mal tan gigante. Yo sufro de mal de alturas.

Me sobrepasa la angustia. Hablar en esos momentos es repensado mil y una vez. Se me complica lo simple, como dicen los ateos, se me endurece la lengua. Las alturas van más allá de los metros verticales. Hay cosas con las que no se puede combatir, y es ahí, y justo ahí, joder, cuando más se justifica el miedo.

Hace rato que no se abre este libro. Hace rato que no se muestra el dibujo.

La punta del iceberg, entonces, es inútil, es una pantomima nacional e internacional. Se compara con cualquier demagogia vil, vulgar y silvestre, ¿no hay otra manera de confrontar la altura?

Me batuqueó la curva, no hay mucho más que decir en contra de la historia que, en este juego de voluntades, es el peor de los enemigos.

Salud.

miércoles, 20 de febrero de 2008

Grito de Guerra:

"..Y ahaí fue cuando llegó la ambulancia"

La Radiola.


...Y perdí el ritmo.

"El ritmo de un pelotón lo marca el último, no el primero"

En la cultura popular se han escuchado, según fuentes confiables, apróximadamente 680.000.000.000 de maneras de pasar a la historia. Se ha ido demostrando poco a poco que la gente no pasa a la historia no porque no tengan la manera, sino porque no quieren y punto. Podría ser cuestión de flojera, apatía, ladilla, etc... Pero no, es que no quieren y punto.

Cada quien justifica la flacura a su manera.

No se ha registrado nunca en la historia una naufragio voluntario, inclusive no se ha oido hablar de voluntad al momento de relacionarlo con los accidentes, pero se han escuchado, en la cultura popular, apróximadamente 200.000.000 de formas factibles para hacer que un barco se hunda. La gente no se muere porque no quiere y punto.

La culpa es tan de cada quien como la caligrafía.

Era obvio que no había que hacer más. Hasta aquí llegaba la cadena. No se empuja sin saber qué hay detrás. Se procura, entonces, mantener la calma, así la implosión no hace tanto ruido.

... Y La Radiola siguió sonando.

jueves, 7 de febrero de 2008

Maravillosas ocupaciones.

Qué maravillosa ocupación cortarle la pata a una araña, ponerla en un sobre, escribir Señor Ministro de Relaciones Exteriores, agregar la dirección, bajar a saltos la escalera, despachar la carta en el correo de la esquina.

Qué maravillosa ocupación ir andando por el bulevar Arago contando los árboles, y cada cinco castaños detenerse un momento sobre un solo pie y esperar que alguien mire, y entonces soltar un grito seco y breve, girar como una peonza, con los brazos bien abiertos, idéntico al ave cakuy que se duele en los árboles del norte argentino.

Qué maravillosa ocupación entrar en un café y pedir azúcar, otra vez azúcar, tres o cuatro veces azúcar, e ir formando un montón en el centro de la mesa, mientras crece la ira en los mostradores y debajo de los delantales blancos, y exactamente en medio del montón de azúcar escupir suavemente, y seguir el descenso del pequeño glaciar de saliva, oír el ruido de piedras rotas que lo acompaña y que nace en las gargantas contraídas de cinco parroquianos y del patrón, hombre honesto a sus horas.

Qué maravillosa ocupación tomar el ómnibus, bajarse delante del Ministerio, abrirse paso a golpes de sobres con sellos, dejar atrás al último secretario y entrar, firme y serio, en el gran despacho de espejos, exactamente en el momento en que un ujier vestido de azul entrega al Ministro una carta, y verlo abrir el sobre con una plegadera de origen histórico, meter dos dedos delicados y retirar la pata de araña, quedarse mirándola, y entonces imitar el zumbido de una mosca y ver cómo el Ministro palidece, quiere tirar la pata pero no puede, está atrapado por la pata, y darle la espalda y salir, silbando, anunciando en los pasillos la renuncia del Ministro, y saber que al día siguiente entrarán las tropas enemigas y todo se irá al diablo y será un jueves de un mes impar de un año bisiesto.


Julio Cortázar.