
Piel de Gallina.
El mordisqueo de las uñas junto con el tronar de la mandíbula y el nervioso movimiento hiperquinético de la pierna derecha, todos en una entrada en piano, daban paso al inicio del show. Desde afuera, la luz le cegaba la vista y las manos le temblaban, los oídos los tenía tapados y respiraba con dificultad, mientras se imaginaba a la multitud riéndose, llorando o babeando del aburrimiento de aquello que estaba a punto de mostrar. En ese momento, con un crescendo absoluto, el estómago decidía dar su gloriosa entrada con los ruidos más raros que desde el fondo, en algún lugar de los intestinos, podía cantar de manera amplificada. Los sentidos, todos como agujas en punta, se dirigían en no perderse ningún detalle. El oído y la vista en síncopa con el gusto. El olfato y el tacto creaban el psico-terror necesario para cualquier escena respetable de horror. Por supuesto, todo al ritmo de las pulsaciones del metrónomo en sus diferentes variaciones, a tempo, presto y retardando. Ya para este entonces, el poder escuchar cualquiera de las voces de su cabeza se había convertido en un lujo. Ya para este entonces, a él, sólo le quedaba comenzar: Había una vez…
El mordisqueo de las uñas junto con el tronar de la mandíbula y el nervioso movimiento hiperquinético de la pierna derecha, todos en una entrada en piano, daban paso al inicio del show. Desde afuera, la luz le cegaba la vista y las manos le temblaban, los oídos los tenía tapados y respiraba con dificultad, mientras se imaginaba a la multitud riéndose, llorando o babeando del aburrimiento de aquello que estaba a punto de mostrar. En ese momento, con un crescendo absoluto, el estómago decidía dar su gloriosa entrada con los ruidos más raros que desde el fondo, en algún lugar de los intestinos, podía cantar de manera amplificada. Los sentidos, todos como agujas en punta, se dirigían en no perderse ningún detalle. El oído y la vista en síncopa con el gusto. El olfato y el tacto creaban el psico-terror necesario para cualquier escena respetable de horror. Por supuesto, todo al ritmo de las pulsaciones del metrónomo en sus diferentes variaciones, a tempo, presto y retardando. Ya para este entonces, el poder escuchar cualquiera de las voces de su cabeza se había convertido en un lujo. Ya para este entonces, a él, sólo le quedaba comenzar: Había una vez…