domingo, 27 de septiembre de 2009

Enunciación # 5

Foto: Nicolàs Manzano.

Cuando lo mandaron a despegar su primer cartel, lo que más le molestó de su humillación extremadamente pública, no fue tener que soportar con sonrojo la dolorosa tarea de quitar una idea ilegal, fue que el guardia de turno, con pocos argumentos para defender sus acciones, abogara por su extranjería como razón de peso para sus vandalismos. Desde ese día, con la disciplina del desconfiado, con fobias y secciones, jamas volvió a separar a la persona de la función que realiza y lo que esto genera. Porque Julio entendía que era necesario cambiar algo, y que si a profundidad no sabía muy bien qué, sabía que a él le había tocado, de primera mano, el más complicado de los presagios.


Promulgó un principio básico de clasificación y determinó qué le generaba qué. Depurando, cual proceso, a quien no es apto. Manteniendo su repulsiva distancia con quien fomentara una sospecha de identidad, algo que no estuviera completamente definido como institución o mito. Que no quería que la especulación de los ornamentos se confundiera con las capacidades apreciativas de sus conductas. Ya no le interesaba, ni siquiera, obtener algún tipo de retribución por sus buenas acciones, como una desmotivación sistemática consecuencia de la reclusión más represiva, y se fastidió. Tanto adorno para él mismo aburre, dijo. por aquí ya no importa mucho, casi como ejercicio se mantuvo en vilo de algún enemigo, pero las cosas se ponen sencillas cuando se justifican con un desorden, con que no se siente bien y quiere descansar, dice. A veces ya ni escribía. La dialéctica, contaba ahora, sólo había servido para separar, que lo de Barranquilla era tonto. Y se fueron yendo todos, quedaron los que les dignificaba el trabajo, a los que leer los hará libres, gritaban. Pero no fue todo tan sórdido, había a quienes les convenía estar ahí por generación. Eran los que apostaban a la historia encandilados por los pulsos estéticos del racionalismo máximo. Las confusiones típicas de los inquietos, decía. Y se fue. Dejando el nombre para las justificaciones más insólitas desde su extranjería hasta su solución. Vamos, que ya no había que quitar más pancartas. Se dice menos y se hace más desde adentro, dijo. Para integrarse más, ensayó su falta y mantuvo un trato cordial con los enemigos, para mantenerlos cerca. El más justo y democrático de todos los derechos: La Libertad de Asociación.
Ya por aquí no pasa mucho.


Anaxágora, 2009.